
Comedor. Fotografía: El Teularet
Otra asignatura pendiente, aparte el servicio, de la hostelería vasca, de la que excluyo a los grandes restaurantes, es el vestido de comedores y terrazas en las que se sirven comidas.

Chiringuito playero. Fotografía: Carlos Bryant
El año pasado, un anochecer, en la terraza de un restaurante de playa, en Orio, en la que no atendía camarero alguno y en el que caímos por un malentendido con la recepcionista del hotel donde nos alojábamos, nos sentamos ante una mesa desnuda, y al ver que nadie nos atendía, mi mujer se acercó a la barra, e hizo el pedido. Quien le atendió, tenía aspecto de ser el patrón, le largó la botella de vino y los vasos, para que los trajera a la mesa y en cuanto a la parte sólida demandada, le dijo que cuando estuviera preparada le llamaría para que fuera a buscarla. Al cabo de un rato , se oyó un estentóreo Maritchuuu, al que acudió ella y volvió con platos y cubiertos de plástico y dos cajitas de cartón, que contenían las croquetas, calamares fritos solicitados y algo más que no recuerdo. Posiblemente algún lector creerá que estoy cargando las tintas. No, este desaguisado ocurrió, tal como lo cuento, para nuestra vergüenza, en un lugar donde sirven comidas en el País Vasco. Yo comprendo que esto se haga con el cliente que se presente, en traje de baño, pidiendo un refrigerio para llevárselo a la playa, pero no a quien se sienta a la mesa de una terraza.
Sin llegar a estos extremos se dan casos que hacen un flaco favor al buen nombre de la restauración.

Servilleta de papel. Fotografía: Disastrous
Cada vez en más lugares observo que las mesas se visten con mantel y servilletas de papel, no solo en las terrazas (en las que sirven comidas) sino también en los comedores interiores. Yo comprendo que los manteles de tela cuestan bastante dinero, y al estar continuamente pasando por la lavadora se deterioran con prontitud. Así y todo proclamo que donde estén un mantel y una servilleta de tela, que se vayan al traste todos los manteles de papel. Transmiten una sensación de frialdad, se los lleva el viento (aunque estén sujetos por pinzas metálicas, porque el papel se rompe) si hemos derramado el contenido de un vaso o se nos ha caído un poco de salsa, la mesa parece un bebedero de patos. No creo que soy un manazas, pero en cuanto me las limpio después de haber comido unas anchoas fritas, las servilletas se quedan como canicas. Un día, en el restaurante Landeta de Azpeitia, después de haber despachado una hermosa chuleta, royendo el hueso sujeto con las manos, el azikolari Korta, con el que compartía mesa, enfurecido por no poderse limpiar las manos correctamente exclamó “paper zikin horiek”, (estos sucios papeles) y propugnó porque ardieran las fábricas que los elaboran. No es para tanto, pero si es verdad que no me gusta encontrármelos cuando estoy comiendo.

Vasos de plástico. Fotografía: CA2M
Afortunadamente, es mas difícil que vasos y cubertería sean de plástico, en los restaurantes salvo que se trate de un festejo multitudinario y desenfadado. Pero echemos un vistazo a otros aspectos.
Los colores de paredes, mantelería y mobiliario, deben ser suaves y cálidos. Ni todo blanco, que nos puede recordar a un centro sanitario, ni de tonos oscuros y negros que nos trasladen a una morgue
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Comedor con televisor. Fotografía: El Teulerat
No soporto (ni en mi casa) la televisión en el comedor, comprendo que a los comensales solitarios les acompaña, pero al resto les distrae y distorsiona las conversaciones, y en ocasiones nos hace olvidar el plato que estamos comiendo. Algo similar digo de los altavoces pasados de decibelios . Una música de fondo, justamente perceptible, pasa. Como ya dije anteriormente, recomiendo a los camareros que hablen en voz baja, para que el comedor sea tranquilo. Si hay muchos ventanales acristalados que hacen resonancias, aconsejo poner cortinones o macizos de plantas que los amortiguan.

Típico establecimiento galo lleno de mesas. Fotografía: Harry D.
El tamaño de las mesas es primordial. Sobre todo en lugares turísticos (y especialmente en nuestro país vecino) las mesas son minúsculas, hasta el punto que si pides vino y agua, no sabes donde poner el cestillo del pan. Suficientemente amplias como para no darte rodillazos con el comensal de enfrente y que en un momento dado puedas acodarte. Este tema va íntimamente ligado al de las , distancias entre mesa y mesa, que debe ser suficiente para que la gente acceda a ellas sin que tengan que moverse los ya asentados. Que permita la instalación de sillas amplias o incluso sillones (me encantan los de mimbre). La distancia ideal sería aquella que impidiera que no nos enterásemos de los problemas de los vecinos.

Flores en la mesa. Fotografría: Itucombr
¿Las flores como decoración? Sí, siempre y cuando no sean excesivamente aromáticas, para que no perturben los aromas de cocina y retirándolas, cuando comience el servicio, no vayamos a tener una tortícolis a causa de torcer el cuello para ver al comensal de enfrente.

Restaurante poco iluminado. Fotografía: Visa Colombia
Observo, en restaurantes de categoría, que predominan la luces tenues. Quizás porque a mi edad voy perdiendo capacidad visual y se pasaron los tiempos de veladas románticas en galante compañía, arrumacos incluidos. Me gusta ver lo que como, primero para apreciar la composición y el arte de la presentación y segundo para no llevarme a la boca, espinas o huesos. Por ello abogo por la luminosidad.





















