
Camarero. Fotografía: Ángel Ramos G
El camarero ideal, joven o curtido en el servicio, es para mí, cualquiera que sea su sexo, una persona, pulcra, sonriente, que nos acoge apenas hemos traspasado la puerta del restaurante, nos pregunta que mesa nos parece mas conveniente (supuesto que haya donde elegir) y una vez acomodados, nos presenta las cartas y nos sugiere los platos del día, espera a que hayamos tenido tiempo bastante para hacer la selección, o acude en nuestra ayuda si lo solicitamos. Si son cuatro o mas personas a la mesa, toma la comanda por escrito de forma que, a la hora de servir sepa para quien es cada plato, sin necesidad de preguntarlo y tiene que conocer la composición de los guisos para evitar, advirtiéndolo, que el comensal repita el mismo producto. Una vez terminada la demanda, solicitará el vino que se desea, jamás antes de tomar la comanda (algo frecuentísimo).
Deberá saber hacer el servicio y retirarlo con diligencia y limpieza. Tendrá la diplomacia suficiente, cuando ve que un plato apenas se ha tocado, de sugerir cambiarlo por otro. Procurará no inmiscuirse en la conversación de los clientes y no les atosigará, cada dos por tres, con la frase hecha “¿Todo va bien?”. Por el contrario estará en su puesto atento a las mesas que le corresponde atender, para fijarse en el mínimo detalle ( falta de pan, sal, etc.) que requieran su servicio. Particularmente no me gusta que me sirvan el vino, cada vez que bebo un trago, prefiero controlar la botella yo. No debe preguntar al final “¿Eso es todo?”, pues da la sensación, de que a su juicio no hemos comido (o consumido) bastante. Finalmente que la despedida sea cordial.
Desgraciadamente, estos “rara avis” no te los encuentras, salvo en los grandes restaurantes, todos los días. Uno que tiene muchos años de experiencia en esta materia, se encuentra por el contrario, con casos chuscos como los que a continuación desgrano.
Pregunte, en un restaurante de Cala Galdana (Menorca) si tenían el vino blanco “chardonay” de la bodega Chivite, el camarero, entrado en años, con aires de suficiencia, me respondió: “Chardonay de Chivite, los tenemos todos, blanco, rosado y tinto” y se quedó más ancho que alto. Desconocía el buen hombre que, con las citadas uvas solo se pueden elaborar blancos.

Cala Galdana – Fotografía: klarasv
Mi mujer y yo sumamos más de ciento cincuenta tacos, pues bien, no en uno, sino en muchos lugares, camareros veinteañeros, nos reciben con esta frase “Hola chicos, ¿que vais a tomar?” y nos dan una palmadita en el hombro, como si fuéramos compinches suyos de toda la vida. Cordialidad si, pero dentro de ciertos límites.
Me aseguró recientemente un jefe de sala que tenía unos lenguados fresquísimos de la bahía. Una vez en el plato y separada la carne de la espina , la doble tratando de tocar cola con cabeza, sin que se rompa, lo que demuestra la cohesión de las vertebras y su frescura. En aquella ocasión la espina se quebró en tres trozos, se lo hice ver al servidor, que se quedó como quien ve llover. Seguro que no me mintió, porque no me dijo en que en la bahía se había pescado, (fui yo el que creí que se trataba de la bahía que veía tras el ventanal) ni los días que llevaba en el frigorífico y su premura por darle salida.

Lenguado – Fotografía: Joselu Blanco
En lugares de veraneo calurosos, acostumbran a servir el vino tinto, sacado directamente del frigorífico. No me gusta el tinto, sobre todo si se trata de un crianza o reserva de Rioja, frío y menos si no hace calor, así se lo hice saber al camarero de turno, y le pedí una botella a temperatura ambiente, me respondió con cara de pocos amigos , que allí todo el mundo lo bebía frío. “Mirad a los jubilados que se marchan, porque no tienen tiempo de esperar”
En un restaurante francés (allí también cuecen habas) tomé asiento , mientras mi mujer visitaba los baños (lo hacemos siempre en lugares desconocidos, porque el estado de los baños suele ser el espejo de la cocina), Cuando subió , me dijo que el estado de abandono y suciedad eran lamentables. Nos levantamos y cuando abandonábamos el camarero, que nos vio, dijo en voz alta, (por su puesto en francés”) “Miren a esos jubilados que no tienen tiempo de esperar”. Por corrección y respeto a los clientes no le dije la razón la razón de nuestra estampida.
En un hotel madrileño, un camarero bastante mal encarado (quizá sufría de ulcera de duodeno) tardo bastante en vestir una mesa que se doblaba (repetía comensales) y al hacerlo echo platos y cubiertos sobre ella, con el consiguiente estrépito y sobresalto de los comensales vecinos. Le llamé la atención y en lugar de disculparse me espetó “Se los he sobrepuesto, señor” y con esas y las ganas de sobreponerle un plato en la cabeza, me quedé.
Del idioma que hablan en Kenia me quedé con una frase que la transcribo como suena “Akuna matata”, que quiere decir algo así como “Ningún problema”. Era la respuesta que te daban todos los camareros, con una sonrisa de oreja a oreja, cuando solicitabas un poco mas de pan, de vino, sal etc. Allí lo toman con tanta calma, que podías terminar el servicio, sin que te lo trajeran aun cuando reiterase la petición.
Estos son ejemplos en los que no deben caer los servidores en nuestro país si queremos prestigiar su hostelería